Daiana pensó en llamarlo varias veces durante la semana. Su cuerpo lo extrañaba irremediablemente. Pensó cada noche cómo decirle, qué decirle, dónde decírselo. Imaginaba un futuro, aquel que piensa hace casi diez años. Había encontrado la situación perfecta para el siete de noviembre pero lamentablemente perdió la fecha, creía que podía conseguir otra tan fabulosa y significativa como esas escaleras negras antes de fin de año porque su amor merecía eso, un verdadero inicio de cuento de hadas. Daiana pensaba que él todavía la esperaba, porque si un día te aman y prácticamente se quieren casar con vos, un par de meses no deberían hacer la diferencia. Daiana hoy se enteró de la realidad, de que él no la esperó y lo entiende, fue demasiado tiempo. Se culpa, llora pero acepta la realidad. No dice nada. Se queda en silencio, una vez más. Guarda toda la bronca y decepción, una vez más, en su corazón. Ya llegará.
El segundo pensamiento es más frío, más cínico. El otro pensamiento es de Micaela. Ella solo dice "era tan obvio", "no cambia más", "para que esperar que sea distinto", "sigue siendo igual que a los quince". Micaela no puede parar de repetirse a si misma cuanto lo odia, cuanto tiempo perdió este año en pensar, en volver a sentir, en animarse a más para que él siempre la decepcione de la misma manera. Micaela se odia por haber caído en la mentira de una basura una vez más. Solo quiere llamarlo para gritarle de alguna u otra forma que todo lo que dijeron de él estos años es cierto y que quizás a ella le faltaba sufrir un poco más para entender todo lo que le explicaba Natalia o Alejandra unos años atrás. En ella solo quedan rastros de odio profundo, que van a desparecer solo porque no quiere ser una persona rencorosa, debido a que eso la lastima más a ella que a él; no porque realmente lo merezca. Micaela entiende que él nunca debió tener lugar en su vida, que es el peor hombre que existe, la mentira en persona. Ella aprendió que si él vuelve será lleno de mentiras, de amores falsos y de ganas de hacerla sufrir.