Después de días azotada por una tormenta de cuestionamientos, en la que durante unas horas me proponía olvidarlo para cambiar de opinón en las siguientes, cansada no solo mental sino físicamente, pálida, delgada y orejosa, la tarde anterior había decidido acabar con la tortura. Me paré frente al espejo de la habitación de Gaby y me estudie durante algunos minutos mi voz rasgo el silencio al peguntar:
-¿Qué es lo que querés, Victoria?. En el fondo de tu corazón ¿Qué es lo que querés? Estar con Orestes.- me respondí.
La sinceridad y sencillez de la respuesta disparó en mí una energía que me puso en movimiento con una seguridad inexplicable.